En la Convención Nacional de Jóvenes vivimos un servicio especial que marcó nuestras vidas. La jornada comenzó con un protocolo misionero, donde en la explanada del estadio se formó un impactante mosaico del mapa mundial, recordándonos que cada nación es un campo de misión que espera el mensaje del Evangelio. 

Un clamor en diferentes idiomas se levantó al cielo, simbolizando la unidad de un pueblo que ora y cree que la Palabra de Dios debe alcanzar a toda criatura, sin importar lengua ni frontera. 

El presidente del Movimiento Misionero Mundial, José Arturo Soto, compartió un poderoso mensaje que retumbó en los corazones presentes, llamándonos a vivir para la obra de Dios con pasión y entrega. Y al final, llegó el momento decisivo: un llamado al altar, donde decenas de jóvenes respondieron, rindiendo su vida y diciendo: “Señor, aquí estoy, envíame a mí”. 

Este día nos recuerda que la misión no es solo una actividad, es un mandato y un legado. Somos la generación con promesa, escogida para llevar el Evangelio hasta lo último de la tierra.